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jueves, 17 de junio de 2010

ME LO DIJO LA SONRISA DE MARADONA

Por Daniel Jones, el 16 de Junio de 2010.

Hace 6 años Maradona se debatía entre la vida y la muerte. En ese entonces yo vivía frente a la Clínica Suizo-Argentina, en cuyas puertas se congregaban fanáticos y curiosos para seguir los pormenores de lo que parecía una muerte (crónicamente) anunciada, el corolario de una vertiginosa trayectoria que partía de un nacimiento muy pobre para llegar a la cúspide del reconocimiento social, de una vida plagada de (¿envidiados?) excesos.
En ese momento, conmovido por los cánticos, lágrimas y oraciones que resonaban en mi living, me puse a reflexionar sobre qué sucedería en Argentina si se muriese Maradona, y lo puse por escrito. Pensé en la infinita tristeza que generaría: “el dolor más grande y extendido que podría provocarse en el pueblo argentino por la muerte de un solo ser humano”, afirmé, entre grandilocuente y polémico, esperando el rebencazo de quienes me habrían sospechado inesperadamente subyugado por el fútbol.
Pero no. Me salí de lo estrictamente futbolístico (campo sobre el que sé muy poco) para explicar el amor de la gente reivindicando la autenticidad del Diego: “Maradona siempre fue el mismo porque fue un tipo que muchas veces estaba equivocado en lo que decía, pero siempre tenía razón en la manera de decirlo. Hasta cuando, siendo amigo de Fidel Castro y con el Che tatuado en su brazo, se juntó con Menem y lo reivindicó como su amigo. Ése era Maradona.”. Siempre me pareció un tipo inteligente (con esa rapidez de reflejos que no se aprende en ningún libro), excesivo y, a la vez, contradictorio, que quizás por eso mismo aún genera fascinación en los argentinos, que, mal que nos pese, solemos ser tan o más intensos y contradictorios que Maradona (aunque, claro está, no tan lúcidos).
En su autenticidad, plasmada en un modo de ser frontal y plebeyo (aun con todo el dinero y la gloria que lo rodean), encuentro hoy la explicación al odio visceral que genera en ciertos sectores sociales. Me refiero a quienes, desde un moralismo (que oculta, en verdad, un desprecio de clase mal disimulado), quieren que a Maradona le vaya mal (y en este caso, por ende, que a la Selección Argentina le vaya mal en el Mundial). Son esa parte de la clase media y alta que (les guste el fútbol o no –eso poco importa–) desprecian a lo popular que encarna el Diego. Son los representantes de la indignación burguesa frente a un “negrito” que ascendió socialmente en base a un talento natural (y el entrenamiento, que ellos casualmente omiten), pero que no siempre aceptó los códigos e imposiciones de quienes manejan el poder. Tomó merca, y lo dijo (sin buscar ser falso modelo de nada para nadie); vio la mafia que es la FIFA, y lo dijo (y pago el costo en 1994); le hacían operaciones de prensa para disciplinarlo, y los mandó a que “la sigan chupando”. Y sí, por supuesto, las personas bien pensantes se horrorizaron ante el exabrupto (las mismas que no se horrorizan cuando Susana Giménez reclama livianamente pena de muerte) y hoy esperan ansiosas la derrota de Maradona y de todo aquello (grasa, “negro”, plebeyo) que encarna. ¿Una visión romántica de lo popular? Puede ser, pero si tengo que optar, prefiero equivocarme con Maradona que tener razón con los moralistas de clase.
Amén de su autenticidad, la otra razón por la que rogaba en 2004 que no se muriese era su sonrisa: “No importa hasta dónde llegó: sigue siendo esa inexplicable risa de pibe pobre, sucio y buscavida. Si tuviera que dar un motivo personal para que Diego siga vivo es para que vuelva a reírse. Y que lo filmen riéndose. ¡Qué lindo es ver contento al tipo que nos dio tantas alegrías! Danos una más Diego. No te mueras, ¿sí?”, concluía (bastante melodramático, reconozco).
Y hoy Maradona (que, como Charly –al que también mucha gente odia visceralmente–, sigue siendo el mejor reflejo de cierta forma de ser argentino) está empecinado en darnos una alegría más. ¿Efímera?, ¿banal? Puede ser, pero ¿quiénes pueden sacar a relucir esa voluntad de dar alegría a un pueblo, sin mayores dobleces, siendo frontales, auténticos y, a su manera, desinteresados? No importa si no llegamos a ser campeones (bah, sí importa, pero ése es otro tema): nadie va a poder dudar que ese atorrante carasucia (hoy trajeado al borde de la cancha) va a dejar su vida por hacernos ganar la copa. Me lo dijo su sonrisa cuando el referí pitó el final.

Daniel Jones

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