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lunes, 24 de mayo de 2010

Reforma tributaria: la asignatura pendiente.

Por Agustín Crivelli

Desde 2003 asistimos a un cambio de esquema en la economía argentina. Pasamos del llamado modelo “rentístico financiero” al actual modelo “productivo con inclusión”. No caben dudas de que son muchas las transformaciones que se han venido sucediendo en estos últimos siete años, pero aún persiste una importante modificación por hacer: la reforma tributaria.


A pesar de los múltiples esfuerzos que se han hecho para reducir la pobreza e indigencia y mejorar la distribución de la riqueza (sin dudas el más trascendente y de enorme importancia fue la asignación universal por hijo), la estructura tributaria vigente actúa en el sentido contrario, acentuando la desigualdad y concentrando la riqueza.

No es una novedad que la recaudación de impuestos en la Argentina está basada en los impuestos al consumo. El año pasado el 40,7% de los ingresos del Estado (nacional y provinciales) provino de la imposición a las diversas formas del consumo. De los $360 mil millones recaudados, el 24,3% correspondió al Impuesto al Valor Agregado (IVA), mientras que por el Impuesto a las Ganancias ingresaron $56.887 millones, es decir, un 15,6% del total, casi 10 puntos porcentuales menos que el aporte del IVA.

Esta importante diferencia entre lo que se recauda a través del principal impuesto directo (Ganancias) y el principal impuesto indirecto (IVA) es lo que define al sistema tributario argentino como fuertemente regresivo. Con esta estructura impositiva los sectores de menores ingresos pagan más impuestos en relación con los que se encuentran en la parte más elevada de la pirámide distributiva.
Además, la renta financiera en la Argentina no está gravada, aunque sí están gravados con IVA los intereses que se pagan al tomar un crédito. En otras palabras, la renta financiera está exenta de pagar impuestos, pero no así los intereses que debe pagar una empresa o persona que toma un crédito. La eliminación de este tipo de exenciones que benefician a las rentas financieras y especulativas, en conjunto con un incremento de la presión sobre las personas con alta capacidad contributiva, permitiría reducir la asimetría que hoy afecta a las pequeñas y medianas empresas, que son las principales generadoras de empleo.

Mientras que los esquemas tributarios de los países centrales están basados preponderantemente en impuestos directos, en nuestro país dos tercios de los ingresos fiscales corresponden a impuestos indirectos. Dicho de otro modo, mientras que en la Argentina la presión tributaria (relación entre lo recaudado mediante el impuesto y el PBI) de los impuestos directos representa cerca del 13% del PBI; en Australia, Japón y los Estados Unidos alcanza un 2%, en Alemania el 3%, en Suecia y Canadá el 4% y en el Reino Unido el 5 por ciento.
La otra cara de la moneda es el Impuesto a las Ganancias que en la Argentina apenas alcanza 15,8% del total de la recaudación, frente a un 36% que en promedio se recauda en Europa o los Estados Unidos. Asimismo, en la Argentina este impuesto posee una presión tributaria de un 5% del PBI, mientras que en los Estados Unidos y Japón 9%, en Alemania 11%, en Australia y el Reino Unido 14%, en Canadá 18% y en Suecia 21 por ciento.

Pero si analizamos la presión tributaria global (incluidos los impuestos directos e indirectos), vemos que en nuestro país ésta alcanza un 31% del PBI, mientras que en Brasil el 38%, en Europa oscila entre el 35 y el 48%, en los Estados Unidos el 30%, en Australia y Canadá el 29% y en Suecia alrededor del 52 por ciento.

Este último dato resulta interesante, dado que si consideramos a todos los habitantes de nuestro país y a todos los impuestos que se cobran, los argentinos pagamos menos impuestos que otros países. Queda claro que el problema no reside en que pagamos mucho, sino en la injusta distribución de esas cargas, que son pagadas mayoritariamente por los sectores medios y bajos.

Por lo tanto, el eje de una reforma tributaria no debería pasar, como muchos proclaman, por una reducción de la presión tributaria, sino por una redistribución de las cargas impositivas. Deben diseñarse mecanismos que permitan gravar más la riqueza y las ganancias de manera de generar suficientes ingresos fiscales para reemplazar una porción de los ingresos que actualmente son generados por impuestos al consumo. Sólo de esta manera podremos pasar a un modelo impositivo donde los ingresos fiscales provengan mayoritariamente de los patrimonios y las rentas y no del consumo de las grandes mayorías trabajadoras.



* Economista. Investigador del CEMOP (Madres de Plaza de Mayo) y del Idehesi (UBA-Conicet)

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